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domingo, 29 de marzo de 2015

La Forza del Destino (1973). Relaciones entre el Boxeo y la pintura para Eduardo Arroyo (III)

Boxeo, algo más que una afición para Arroyo.

El boxeo es un deporte en el que dos púgiles se enfrentan entre sí con el objetivo de derrotar al contrario, usando como únicas armas la condición física y los puños.

Al igual que la tauromaquia (otra de las grandes pasiones del artista madrileño), es una actividad muy conflictiva que cuenta con infinidad de detractores dentro de la sociedad.

Eduardo Arroyo es un gran aficionado y entendido en materia de boxeo y además, ha sabido apreciar en él algo más que el espectáculo y el morbo de esperar el fuera de combate y ver la caída y destrucción de uno de los contendientes. Decía a Marga Paz, “yo comprendo que la gente piense que como los toros son prácticas violentas, en cierto sentido. A mi me atrae mucho literariamente, socialmente, como metáfora de la vida”6.

Arroyo ha logrado, incluso, ver en el pugilismo y en la pintura demasiadas cosas comunes, hasta llegar a afirmar que “el boxeo y la literatura tienen mucho que ver, como el boxeo y la pintura, a mi entender”7.

En primer lugar está la soledad, en el momento en que un boxeador sube al cuadrilátero está solo, es parecido a la soledad del corredor de fondo. Soledad que también comparte el artista al enfrentarse a la obra, el pintor ante el lienzo en blanco. Dirá, “¿Por qué toda esta pasión, esta curiosidad, esta devoción por el pugilismo? Yo también me lo pregunto. El pintor es un hombre solo. El boxeador es un hombre solo. El “ring” es un cuadrado blanco marcado por la sangre, el sudor, el agua y la resina donde se expresa el drama”8.

También entiende que el desarrollo de un cuadro es una confrontación, un combate en busca de un desenlace positivo y siempre incierto. “Justamente, en la pintura, cuando pintas un cuadro no sabes en realidad cómo va a terminar, no tienes el resultado cierto, tienes una idea de un cuadro, a lo mejor de su anécdota, o de sus colores, o de su tono, pero luego comienza ese gran combate, ese cuerpo a cuerpo, y el cuadro va saliendo, como un ser vivo completamente autónomo”9. Con el teatro pasa lo contrario, ya que todo está definido de ante mano y se representa algo escrito con anterioridad, cosa que no ocurre con las corridas de toros, los combates de boxeo o la pintura, donde puede pasar cualquier cosa10.

Además también tiene la idea de que el cuadro siempre vence, del pintor que siempre es derrotado, igual que el boxeador victorioso que en contra de lo que pueda parecer paga un precio demasiado alto. “Esa especie de condena, esa especie de insoportable agenda que es para mí el cuadro. La batalla para conseguir sacar de esa acción lo más cercano a una satisfacción, y el hecho de que esa satisfacción no llega nunca, no existe, porque te das cuenta siempre de que, en realidad, esa batalla tuya con el cuadro la has perdido siempre, y el cuadro la ha ganado (...). Formulando una paradoja un poco estúpida: nunca lo has derribado, en realidad nunca lo has derribado; siempre has perdido, aunque siempre sueñes no perder”11.

Con cada combate que vence el boxeador, éste se sitúa más cerca de su derrota, que inevitablemente llegará (es su destino, un destino del que no se puede escapar) si no en la próxima contienda, transcurridas varias. El tiempo pasa factura y el destino se acerca cada vez más.

Con cada rival derrotado el boxeador sufre un desgaste tremendo, sus manos (su herramienta de trabajo) quedan destrozadas. Las manos, otra de las preocupaciones del pintor (también herramientas de su faena). Arroyo dirá en un texto “es cierto que el pintor siempre piensa en sus manos. Tiene también por obsesión la ceguera y las manos. En el mundo del boxeo, los ritos relativos a las manos son extraordinarios. No se puede uno imaginar el cuidado de las manos de un boxeador”12.

Otro elemento que usa Arroyo para comparar ambas disciplinas es el lienzo en sí mismo, lugar donde se desarrolla la batalla. Llega a decir que “el ring es como el lienzo blanco del pintor: iluminación total...¡exacerbada! El ring es un cuadro iluminado destinado a crear tensión y a su vez es también un lugar de tensión. Allí puede pasar de todo y debe pasar de todo. Casi lo mismo que en un cuadro”13.


El exilio. Práctica habitual del boxeo.

En este apartado hablaré del tema del exilio, elemento común entre los boxeadores (gente tradicionalmente de clase humilde que huyen de sus localidades en busca de una vida mejor y van allí donde se les requiere para boxear y tienen opción de ganar dinero, de “hacer bolsas”) y la trayectoria de Eduardo Arroyo.

El artista de Madrid abandona España en 1958 para recalar en París, “un Arroyo jovencísimo salió escapando, a la búsqueda de otro horizonte que el que le podía ofrecer la España de la asfixia”14.

Panama Al Brown, como nos cuenta el pintor en la biografía que realizó de dicho boxeador, también deja su lugar de origen en busca de nuevos horizontes y oportunidades (era campeón de Panamá, pero el istmo poco más podía ofrecerle)15. Este ejemplo de Alfonso Brown es aplicable, prácticamente, a la totalidad de los púgiles.

A Eduardo Arroyo lo que siempre le gustó fue escribir (decía,“yo me hice pintor en París en 1958. Antes de esta fecha, había hecho todo lo que estuvo a mi alcance (...) para convertirme en un escritor”16), pero a lo que se dedicó básicamente (y por lo que logró la fama) fue por pintar. Aún así no hay que obviar sus obras literarias, sus escenografías, etc... En cierto modo, Arroyo, es un “hombre del Renacimiento”, dedicado a múltiples actividades.

La relación que ve entre su pintura y el boxeo también es aplicable a la literatura (su gran sueño), como el mismo asegura, “en 1960, nadie estaba interesado, ni de cerca ni de lejos, en una pintura llamada “figurativa”, agresiva, provocadora, anecdótica y, por que no decirlo de una vez, “literaria””17.

De ahí que al ver sus obras no debamos pasar por alto nada de lo que aparece en el cuadro, ya que todo es parte de la historia que el artista nos cuenta a través del lienzo. En el caso de “La forza del destino”, la vida difícil y predestinada de siete púgiles. La trayectoria de Arroyo, igual que la de un boxeador, está marcada por lo que ese exilio significó en él (al igual que un púgil, conoció el éxito gracias a la dura situación de la huida, del exilio).


6. ARROYO, E y PAZ, M. “Cadáver exquisito entre Eduardo Arroyo y Marga Paz” en Masdearte.com.
7. ARROYO, E y PEREDA, R. Orgullo y pasión; Madrid, Trama, 1998. Pág. 122.
8. ARROYO, E. Op. Cit. Pág. 183.
9. ARROYO, E y PEREDA, R. Op. Cit. Pág. 129.
10. Ibidem. Pág. 129.
11. Ibidem. Págs. 151- 152.
12. ARROYO, E. “Retrato de un boxeador con smoking”; en Eduardo Arroyo (11 Noviembre- 10 Diciembre de 1986), Valencia, Sala Parpalló, 1986.
13. CALVO SERRALLER, F. Diccionario de ideas recibidas de Arroyo; Madrid, Mondadori, 1991. Págs. 43- 44.
14. ARROYO, E y PEREDA, R. Op. Cit. Pág. 51.
 15. ARROYO, E. Panama Al Brown. 1902- 1951; Madrid, Alianza, 1988. Pág. 22.
16. ARROYO, E. Sardinas en aceite; Madrid, Mondadori, 1990. Pág. 175.
17. Ibidem. Pág. 176.

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